Como hemos visto hasta el momento, en todas las instancias del proceso de criogenización hay interrogantes, dudas, críticas, cuestionamientos, defensas y polémica. Lo que parece claro es que la falta de complementariedad de procesos y argumentos parecen concluir en un círculo vicioso en el que los mismos instrumentos y sustancias parecen no encajar del todo, por el mismo contrapeso de “lo que podría ocurrir si…”
La muestra más clara y fehaciente de esto, es que al emplear los crioprotectores a través del glicerol, éste puede causar daños serios en el organismo del paciente crionizado, si no está regulado y calibrado a la perfección. Veremos las dos opciones tremendamente difíciles de regular, y que, tiene a los investigadores de la criogenización entre la espada y la pared:
*Si no se usan crioprotectores en el organismo crionizado, el sometimiento de éste a una temperatura que ronda los 190º bajo cero, se expone casi irremediablemente al congelamiento de las estructuras celulares, moleculares y de tejidos, hecho que imposibilitaría una reanimación sana, puesto que dichas estructuras ya habrían sufrido lesiones, quizá irreparables.
De esta forma, si los administradores no protegen al cerebro para evitar la congelación, los resultados positivos son prácticamente imposibles. Así, para ponerle remedio al flagelo, los expertos deciden usar glicerol para evitar el tan temido estado de congelación, pero según los críticos, este uso, además de ser muy complejo de regular, en dosis más elevadas de lo necesario tiene elementos con alta carga de toxicidad para el organismo.
*En lo que a reperfusión se refiere, ocurre algo parecido; al intentar mantener los niveles de oxígeno y nutrientes activos una vez se declara la muerte legal del paciente, los científicos de criogenización deben recurrir a una técnica muy ofensiva para el sistema arterial, como es la reperfusión. Durante este proceso, el control en los niveles de reperfusión debe ser extremadamente cuidadoso, puesto que en caso de algún exceso en el insuflado de oxígeno por medio de dichos métodos artificiales, el sistema arterial y circulatorio no soportaría dicha carga extra, y puede ser letal, no sólo contribuyendo a la muerte biológica del paciente, sino también produciendo la interrupción inmediata de toda posibilidad de criogenización.
*Otro interrogante sin respuesta por parte de los expertos en criogenización, es saber cómo se evitaría que la exposición al frío extremo durante tanto tiempo, produzca quemaduras significativas en la dermis del sujeto, tanto la que recubre el cráneo, como la del resto del cuerpo, si hablamos de una criogenización de cuerpo entero.
Como se puede ver, los dos parámetros señalados primeramente son un auténtico hándicap para los defensores y partícipes de investigaciones y prácticas relacionadas con la criogenización, sobre todo frente a los cuestionamientos de sus mismos colegas y de parte del público en general.
En este contexto, se puede concluir que no se ha encontrado el fino equilibrio que esta compleja balanza científica necesita para desactivar la incredulidad de buena parte de la sociedad y de los sectores científicos y médicos detractores. A día de hoy no se conocen pruebas concretas que puedan mostrar que ese fino y delicadísimo equilibrio entre sustancias y procedimientos haya dado algún fruto.
Es por lo dicho que muchas posturas sostienen que la creencia de que la criogenización realmente funciona, está basada en ilusiones y esperanzas, a la vez que en la necesidad existencial de dar una respuesta lo más objetiva posible a la creencia religiosa de “la vida eterna” y la resucitación.
Como consecuencia de esta falta de pruebas que desmonten la desconfianza y las críticas, tanto éstas como la polémica, aumentan en intensidad y están a la orden del día frente a un tema que divide como pocos a toda la comunidad científica y no tan científica.