Revertir un proceso isquémico agudo
En términos y procedimientos netamente médicos, puede decirse que los investigadores favorables a la criogenización, tienen como objetivo fundamental -para poder completar el resto del proceso-, evitar que el cuerpo que se va a someter a la técnica, caiga en un proceso isquémico irreversible.
Cuando el corazón deja de latir, y se suspende la provisión de oxígeno y nutrientes almacenados en la sangre al organismo, los tejidos celulares corporales carecen de la energía necesaria, lo que provoca la muerte de estos tejidos biológicos provocando un estado de isquemia.
Conviene recordar que el “círculo de la criogenización” comienza cuando un hospital o centro médico declara a una persona clínicamente muerta, lo que activa un ritmo vertiginoso para llevar al paciente a un centro de criogenización antes de que se produzca la muerte biológica. Conviene aclarar en esta instancia crítica, que el paciente permanece en un estado de muerte corporal pero no cerebral. Ya en el destino, y mediante terapias de reanimación de las funciones de respiración y circulación, se busca cumplir con el primer objetivo, el de lograr que los daños en el cerebro y el resto del organismo sean mínimos, que los órganos internos sigan funcionando con independencia de la causa de la muerte.
Como apoyo fundamental a este proceso tan crucial en el “círculo de la criogenización”, en los años 70, la Cryonics Society of Michigan, poseía una ambulancia con los suministros y el equipamiento más avanzado para llevar a cabo el estresante procedimiento; el mismo incluía un “Iron Heart” de la Westinghouse que, como si de un motor de coche se tratara, usaba un cilindro para suministrar oxígeno mediante la activación impulsada de un pistón que comprime el esternón con una fuerza y frecuencia ajustable, con la finalidad de que el corazón no dejara de bombear sangre, y así evitar episodios isquémicos irreversibles.
En este sentido, los investigadores de la criogenización han visto que la reanimación temprana durante el proceso isquémico, denominado reperfusión, podría conllevar un mayor daño celular y orgánico, si el aporte, prácticamente inyectado, de oxigeno en el cuerpo durante la isquemia, no era perfectamente regulado y acorde con el deterioro que el proceso isquémico había causado hasta ese momento.
En la medicina moderna, la reperfusión es utilizada de manera cotidiana para lograr la apertura de las arterias ocluidas por diversos cuadros patológicos como la obstrucción coronaria; la reperfusión se practica mediante una angioplastia o un tratamiento trombolítico, con el fin de propiciar la llegada de sangre y nutrientes a las células y tejidos previamente isquémicos. Pero considerando que se trata de una medida “agresiva” que apunta a revertir un estado orgánico grave, siempre existen efectos secundarios –también graves-, que ocurren y no se pueden desestimar. Entre estas consecuencias nocivas se pueden destacar: daño miocárdico funcional y estructural producido por la liberación de radicales libres de oxígeno, acumulación de calcio intracelular, alteración del metabolismo celular y aparición de arritmias ventriculares, entre otros.
Indudablemente, la labor de criogenización es lo suficientemente exigente y costosa como para que al momento de intentar reanimar a un paciente mediante la reperfusión, los daños generados en su organismo mantenido a frío extremo, representen un fracaso estrepitoso del experimento, por la imposibilidad de “regresar” a ese ser a la vida.
Si bien los científicos de la criogenización se han enfrentado, y se enfrentan a mil y un interrogantes desde el nacimiento mismo de dicha técnica, la disyuntiva de encontrar el equilibrio entre la isquemia y la reperfusión sin consecuencias nefastas, es sin duda uno de los grandes desafíos, y objetivos de estos especialistas.
Es por la incertidumbre generada por este dilema del equilibrio entre la isquemia y la reperfusión, que los expertos más firmes en la defensa de la criogenización, llegaron a insinuar que si los pacientes pudiesen elegir el momento en el que practicarles la criogenización, parte de este problema estaría solucionado. Estas posiciones chocaron frontalmente con máximas legales y éticas, que desde las primeras pruebas de criogenización en la década de los 60, mostraron recelos frente a estas nuevas prácticas e investigaciones.
Nanotecnología: esperanza en el horizonte.
En este contexto, el reconocimiento por parte de los mismos científicos pro-criogenización de que no es posible garantizar la aplicación sin secuelas de la reperfusión, ha focalizado las esperanzas en los avances de la nanotecnología.
Se define a la nanomedicina como la creación de materiales y aparatos de control y seguimiento microscópico, que ayudan a combatir y curar, tanto la isquemia como otras enfermedades, desde dentro mismo del cuerpo humano, a través de dispositivos diminutos –nanómetros-, que actúan directamente a nivel celular y molecular.
Fue así, que en momentos de incertidumbre para la criogenización y sus científicos, la nanoterapia fue como un salvavidas del que éstos se agarraron para aducir que su aplicación en el procedimiento de criogenización, sería la solución de múltiples problemas relacionados con el control estricto de la evolución del organismo bajo los efectos de criogenización.
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